En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco». Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
Jesús lo vivía todo desde la compasión. Era su manera de ser, su primera reacción ante las personas. No sabía mirar a nadie con indiferencia. No soportaba ver a las personas sufriendo. Era algo superior a sus fuerzas. Así fue recordado por las primeras generaciones cristianas.
Pero los evangelistas dicen algo más. A Jesús no le conmueven sólo las personas concretas que encuentra en su camino: los enfermos que le buscan, los indeseables que se le acercan, los niños a los que nadie abraza. Siente compasión por la gente que vive desorientada y no tiene quien la guíe y alimente.
El evangelista Marcos describe lo que sucedió en alguna ocasión junto al lago de Galilea. De todas las aldeas llegaron corriendo al lugar en el que iba a desembarcar Jesús. Al ver a toda aquella gente, Jesús reacciona como siempre: «sintió compasión porque andaban como ovejas sin pastor».
La imagen es patética. Jesús parece estar recordando las palabras pronunciadas por el profeta Ezequiel seis siglos antes: en el pueblo de Dios hay ovejas que viven sin pastor: ovejas «débiles» a las que nadie conforta; ovejas «enfermas» a las que nadie cura; ovejas «heridas» a las que nadie venda. Hay también ovejas «descarriadas» a las que nadie se acerca y ovejas «perdidas» a las que nadie busca (Ezequiel 34).
Mientras nosotros analizamos las causas del deterioro social y de la crisis eclesial; mientras discutimos sobre la posición que ha de tomar la Iglesia en una sociedad secularizada; mientras nos descalificamos unos a otros y condenamos fácilmente todo lo que nos irrita, hay entre nosotros muchas, muchísimas «ovejas sin pastor».
Gente sola a la que nadie tiene tiempo de escuchar. Esposas y esposos que sufren impotentes y sin ayuda alguna el derrumbamiento de su amor. Jóvenes que abortan presionadas por el miedo y la inseguridad, sin el apoyo y la comprensión de nadie. Personas que sufren secretamente su incapacidad para salir de una vida indigna. Alejados que desean reavivar su fe y no saben a quien acudir ¿Quién despertará entre nosotros la compasión? ¿Quién dará a la Iglesia un rostro más parecido al de Jesús?
Comentario de: José Antonio Pagola