En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: – «A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros.»
Jesús lo veía todo desde su propia experiencia de Dios. Y Dios, el Padre bueno de todos, ama y busca la justicia, pero no es violento. No destruye a los injustos, sino que busca su cambio. Así es Dios y así hay que trabajar por un mundo más humano. No introduciendo más violencia, sino buscando el cambio de las personas y la humanización de las relaciones.
¿No es esto un sueño ingenuo de Jesús? ¿Hay que permanecer pasivos ante los abusos? ¿Hay que someterse con resignación a las injusticias de los poderosos? ¿Se puede luchar contra el mal sólo con el bien?
La postura de Jesús es clara. Para hacer un mundo más humano, hemos de actuar en sintonía con Dios cuyo corazón no es violento. Hemos de parecernos a él, incluso al luchar contra la injusticia. Jesús es realista. No impone normas ni da preceptos. Sencillamente, a «los que le escuchan» les sugiere un estilo de actuar original y sorprendente.
No llama a la pasividad; no anima a la resignación. Invita a reaccionar ante las agresiones con un gesto amistoso que desconcierte y haga reflexionar al adversario, cortando de raíz la escalada de la violencia.
Jesús pone ejemplos sencillos para ilustrar su idea: «Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra». No pierdas tu dignidad, mírale a los ojos, quítale su poder de humillarte, ofrécele la otra mejilla, hazle saber que su agresión no ha tenido un efecto destructor sobre ti; sigues siendo tan humano o más que él.
Otro ejemplo: «Al que te roba la capa, déjale también la túnica que cubre tu cuerpo. Preséntate así ante todos, desnudo, pero con dignidad. Que el ladrón quede en ridículo y todos puedan ver hasta donde llega su ambición e injusticia».
Nunca serán muchos los que sigan a Jesús. Jamás pensó él en grandes masas. Sólo quería algunos seguidores que fueran «luz del mundo» y «sal de la tierra». Quienes se resisten personalmente a la violencia en medio de un mundo injusto y violento son los que mejor apuntan hacia una sociedad verdaderamente humana.
José Antonio Pagola