Ver a un niño/a de 2 años e incluso menos, jugando con un teléfono para que se entretenga mientras disfrutamos de una comida tranquila en un restaurante o cuando queremos un poco de tranquilidad es una imagen muy frecuente que hoy en día se considera normal. Sin embargo, “no somos conscientes- según el psicólogo infantil David de Cubas- de la vulnerabilidad a la que el niño o niña se ve sometido en su psiquis con las posibles consecuencias que este gesto puede conllevar, por no mencionar el inicio de procesos de adicción a este tipo de actividades”.
“A través del juego – asegura de Cubas- nos relacionamos con personas y especialmente con aquello que somos capaces de imaginar, tan necesario a la hora de progresar en la vida. Hablamos de desarrollar el pensamiento crítico y divergente. Si un niño o niña deja de jugar y eso es tan fácil como permitirle el uso de un dispositivo tecnológico antes de los 13 años para que lo utilice cuando quiera y como medio de sustitución del juego o de interactuar jugando con otras personas de su edad, podrían fomentarse comportamientos no deseados como cambios de humor, dificultades para conciliar el sueño, problemas de conducta y aislamiento social, desconexión con el entorno y, en algunos casos, retraso en la aparición del lenguaje afectando directamente al desarrollo socio emocional del menor”.
Es probable que pensemos que cuando nosotros éramos niños o niñas también nos ponían la TV o nos dejaban la play para jugar a nuestro videojuego favorito con la misma intención. Pero según el psicólogo infantil David de Cubas, “no es comparable” ya que un dispositivo tecnológico propio del SXXI, no tiene una sola función. Una tablet o un móvil de los actuales permite acceder a cualquier tipo de información sin límite: puedes ver la serie que quieras y cambiar a otra cuando te apetezca, jugar a múltiples tipos juegos, hacer fotos y vídeos, comunicarte con los demás e incluso ver a la persona que quieras, etc… Un dispositivo tecnológico, pone el mundo entero al alcance de cualquier persona y tratándose de menores, los riesgos son incalculables”.
En estas fechas, es importante tener en cuenta ciertos aspectos a la hora de comprar los juguetes de Navidad para los/las más pequeños/as:
Diversas asociaciones de pediatría, así como recientes estudios de neurociencia y neuropsicología recomiendan que antes de los dos años nunca permitamos usar un dispositivo tecnológico a un niño/a. Nuestra alternativa más eficaz desde los 0 años hasta los 6/7 años en adelante se basa en trabajar la percepción sensorial, a través del habla o la música; de masajes de luces, imágenes, colores;, etc. Los juguetes de esta Navidad deben trabajar la manipulación de los objetos para estimular los reflejos de prensión y de esta forma proporcionaremos los puntos de apoyo necesarios para que inicie la marcha vertical, la coordinación de movimientos y estimularemos la psicomotricidad gruesa mediante el gateo, saltando, bailando, subiendo y bajando escaleras y la psicomotricidad fina, con actividades como recortar, pintar, escribir, etc…
Por último, facilitaremos el contacto con sus iguales y personas de su alrededor para que a través del juego simbólico inicie los procesos de la inteligencia emocional, especialmente la capacidad de ponerse en el lugar del otro (empatía) y el autoconocimiento de sus posibilidades consigo mismo y con los demás. Con este tipo de juego y acciones, el niño/a potencia su lenguaje y comunicación con otras personas, a la vez que inicia la consolidación de nuevos hábitos de la vida diaria y normas sociales.
Cuando alcanzamos los 8 años, se desarrollan conversaciones con fluidez, mayor autonomía y conocimiento personal. Crece el interés por competir y ganar y se consolida el proceso lecto-escritura. En este momento podemos empezar a trabajar la toma de decisiones y la organización del tiempo. Es la etapa de los juegos con reglas, las construcciones y de los primeros videojuegos.
En muchos casos estas edades coinciden con que el número de actividades extraescolares que realizan y los deberes para hacer en casa apenas dejan tiempo para jugar. Las personas adultas debemos ser conscientes de la importancia del juego para que vayan afianzado su personalidad y en la medida de lo posible potenciaremos que sus amigos y amigas puedan venir a casa, organizaremos encuentros sociales fuera del entorno familiar y realizaremos actividades lúdicas en familia. Son muy recomendables como juguetes de Navidad los juegos de mesa, tan importantes como el Monopoly o el Risk, Rumikuk e Intelec. Se puede permitir el uso de algunos videojuegos acordes a su edad, siguiendo las recomendaciones del sistema PEGI (Pan European Game Information) que es el mecanismo de autorregulación diseñado por la industria para dotar a sus productos de información orientativa sobre la edad adecuada para su consumo.
A partir de los 10 años, coincidiendo con el periodo de la pre-adolescencia, las emociones y los sentimientos son la parte más importante de esta etapa evolutiva. El juego tendrá como objetivo fundamental superarse a sí mismo y potenciar la autoestima. Este proceso de autoconocimiento es fundamental para conocer la valoración personal que hacemos de nosotros mismos. Es una edad donde triunfan los juegos de rol, las construcciones complejas y los videojuegos entre muchos más, estos serán sus juguetes de Navidad.
Las conclusiones son evidentes, según el psicólogo David de Cubas. “El juego ayuda a integrar y potenciar la socialización, a mejorar los procesos de comunicación, a resolver conflictos por medio del ensayo-error a gestionar la adversidad, potencia los vínculos interpersonales y es una actividad que proporciona emociones positivas, confianza, enriquecimiento personal y autoestima”.
¿Qué hago con los dispositivos tecnológicos, se los quito, los prohíbo? ¿Y mi hijo/a va a ser el único que no tiene tablet ni móvil? ¿Se sentirá desplazado/a?
No es recomendable prohibir los dispositivos tecnológicos a nuestros hijos e hijas porque prohibir no educa, asegura de Cubas. “Hay que enseñar a nuestros hijos e hijas desde muy corta edad a usar con responsabilidad los dispositivos tecnológicos en tiempo y forma y los padres y madres actuar en consecuencia”, recomienda. “Comportarse de manera diferente a otras personas no es motivo de preocupación sino de respeto a la individualidad y a los principios educativos que cada familia considere importantes en la educación de sus hijos e hijas”.