Cuando vemos a alguien con los ojos enrojecidos, que manifiesta molestias oculares o con legañas, enseguida decimos – “tienes conjuntivitis”. Se trata de una inflamación ocular que casi todos hemos padecido en algún momento de nuestras vidas, fácil de detectar, pero que debemos conocer un poco más con tal de evitar su aparición y limitar el contagio.
Su nombre proviene de la inflamación de la conjuntiva, el tejido fino y transparente que se encuentra en la parte interior de los párpados y cubre la zona blanca de nuestros ojos.
Se trata de una mucosa, como el interior de la boca o de la nariz, llena de vasos sanguíneos que se encarga de producir una sustancia viscosa que mantiene húmeda y protegida la superficie del ojo.
La inflamación de la conjuntiva, la conjuntivitis, puede ser de origen vírico o bacteriano, no suele provocar daños importantes, aunque sí es una infección muy molesta. La inflamación de los pequeños vasos sanguíneos del interior del ojo produce picor y escozor, inflamación de los párpados, sensación de tener “algo” en el ojo y la secreción de legañas. Síntomas leves, pero que resultan muy molestos en los ojos. Son muy comunes entre los más pequeños, debido al constante contacto de sus manos con el entorno, para luego tocar su boca y ojos.
Según su origen, conocemos la conjuntivitis vírica, producida por un virus, de rápido contagio y con posible origen en un resfriado común. La conjuntivitis bacteriana aparece por la infección ocular con bacterias tipo estafilococo o estreptococo, suele ser de carácter leve y mejora en pocos días. Las alergias también pueden derivar en conjuntivitis, produciendo los agentes alérgenos la inflamación de la conjuntiva y también el resto de molestias. Por último, el contacto con un cuerpo extraño en el ojo o una sustancia química, como el cloro de las piscinas, puede ser el desencadenante de las molestias oculares, la inflamación de la conjuntiva y la posterior aparición de la conjuntivitis. En estos dos últimos casos, no son contagiosas.
En estas fechas veraniegas es normal el uso y el abuso de las piscinas, sobre todo por parte de los más pequeños de la casa. El cloro que utilizamos para el mantenimiento del agua de las piscinas puede provocar irritación y sequedad ocular, lo que puede acabar produciendo una conjuntivitis. Hay que evitar que durante el baño se sumerja en exceso la cabeza bajo el agua y utilizar unas gafas protectoras.
Si detectas que sufres de conjuntivitis, debes protegerte y proteger a los que te rodean con estas medidas.
Evita restregarte los ojos. Extenderás virus y bacterias y no aliviarás las molestias.
Ante cualquier duda o empeoramiento de síntomas no dudes en acudir a tu servicio de Urgencias y consultar con un oftalmólogo.