La psoriasis es una enfermedad crónica y autoinmune frecuente en la piel que provoca la aceleración del ciclo de vida de las células cutáneas que se acumulan rápidamente en la superficie de la piel y generan escamas y manchas que pican y a veces duelen.
Los últimos años, según la revista de la Academia Española de Dermatología (*), “se ha establecido un vínculo firme entre psoriasis y obesidad que abarca aspectos genéticos, patogénicos y epidemiológicos, con importantes repercusiones en la salud. Es probable una relación bidireccional, en la que la obesidad predispone a la psoriasis, pero también en la que la psoriasis favorece la obesidad”.
Según la publicación, “ambos procesos son inflamatorios crónicos y hay diversos estudios epidemiológicos que concluyen que la obesidad conlleva un alto riesgo de padecer psoriasis, mientras que otros trabajos concluyen que es a la inversa, que la obesidad podría ser consecuencia de la psoriasis más que un factor de riesgo”.
El hecho es que esta asociación ha sido corroborada en numerosas publicaciones recientes. Pero toda la evidencia epidemiológica no ha sido suficiente para responder todavía a día de hoy qué es primero, ¿la obesidad o la psoriasis?
Lo que sí es una realidad evidente es que, a día de hoy, la psoriasis no tiene cura. Sin embargo, sí se sabe que, aparte de su relación con la Obesidad hay otros factores que influyen en esta patología. Normalmente se inicia o empeora a causa de un desencadenante. Los más frecuentes son las infecciones, lesiones en la piel, el estrés, fumar, beber alcohol de forma excesiva, un déficit de vitamina D.
Además, hay ciertos medicamentes que también pueden influir en la aparición de un brote como por ejemplo algunos para tratar el trastorno bipolar o los fármacos para la hipertensión entre otros.
Los factores que pueden aumentar el riesgo de padecer esta patología también tienen que ver con la genética. Los antecedentes familiares, de hecho, son uno de los riegos más importantes.
La psoriasis es una patología además que puede afectar a la calidad de vida de quien la sufre y generar problemas de depresión, autoestima y de fobia social.
Pero no solo eso, esta patología incrementa también el riesgo de padecer otras como artritis, enfermedades oculares, diabetes tipo 2, hipertensión, enfermedad cardiovascular, síndrome metabólico, enfermedades renales, autoinmunes o Párkinson.